Exposición “La Caraluna” de Julia Santa Olalla en T20
Diciembre 2022
La memoria se encuentra dentro del cerebro en las células del hipocampo, la corteza prefrontal y la amígdala. La corteza visual se localiza en el lóbulo occipital, en la parte posterior. En términos geográficos una distancia de unos 15 centímetros separa los centros que comunican visión y memoria. Es la medida de un iPhone, que a su vez es una memoria externa y un elemento de visualización a la manera de un cerebro artificial auxiliar. La distancia entre el cerebro y el Smartphone queda dictada por la medida de la cabeza, cuello, brazo y mano del usuario de ambos dispositivos, pero será aproximadamente un metro.
La Caraluna es un lugar dentro de otro mayor, la finca La Cubana. Es un espacio para la memoria y la visión. Parte importante de la vida de Julia se desarrolla en este lugar, en una ubicación geográfica concreta, que ella lleva a esta serie y otras. Cada rincón es escrutado y llevado a telas que plasman momentos concretos de luz, fragmentarios y totales en los que la temporalidad queda fijada por gatos que pasean bajo vidrieras o niños jugando. Es el lugar del juego en el que el recuerdo es una capa sobre lo evidente que deja una pátina emocional evidente.
Julia juega con la visión y con el recuerdo. Se divierte en los límites de la más pura abstracción aparente que hay en el fragmento de la realidad más feroz y reconstruye las fuentes de su trabajo que transitan los interiores flamencos y los paisajes de la memoria. Sus cuadros son recorridos por el conocimiento de la pintura en su historia y sus técnicas, casi enciclopedias de recursos en los que cada uno está sabia y pausadamente elegido para evitar el exceso.
El amor a los procesos corre parejo al amor por el lugar, por eso ella cuenta una historia en fragmentos incompletos de los que nunca nos da todos los códigos. En cada pieza hay una parte visible y otra que no lo es, lo visible es parte de lo invisible y en ese territorio reside el misterio que hace sus pinturas tan fascinantemente atractivas. Sabemos que nos gusta lo que vemos pero también lo que no vemos, física y metafísica, como ocurre en los bodegones que Morandi pintó toda su vida en un mismo espacio geográfico que era para él el de la visión y el de la memoria, su casa de Bolonia. Las variaciones de luz de sus composiciones son abstracciones al final, como en abstracción derivan en los cuadros de Julia los fragmentos arquitectónicos o un una copa que cambia de tamaño cuando pasa al lienzo y podría medir un metro o solo 15 centímetros, como el móvil, como la distancia en el cerebro entre visión y memoria.
En la vinculación entre un artista y una casa la memoria lleva involuntariamente a Andrew Wyeth, que vivió toda su vida en Chadds Ford, Pensilvania. Cuando pintó “Christina ́s World”, el celebérrimo cuadro del MOMA, dejaba ante el espectador el enigma de lo que ocurre en ese campo que lleva a la casa como una meta idílica. No sabemos si lo que ocurre es bello o dramático, ella puede haber sufrido un accidente o estar disfrutando de la vista. En esa incertidumbre el cuadro se vuelve irresistiblemente atractivo. La realidad en este caso no es prosaica como suele,; Christina sufría una parálisis y prefería arrastrarse por el terreno antes que ser llevada a los sitios. Una vez que conocemos este hecho el cuadro pierde parte de lo que lo hacía irresistible, de ese atractivo de la parte oculta. Las obras de Julia no deben ser explicadas porque corresponden a una historia personal que emana de fuentes de la memoria que nunca serán nuestras porque La Cubana nunca será nuestra pero si así fuera no lo sería su historia. La belleza del arte reside en que poseer el cuadro de Wyeth o uno de Julia no nos hace dueños del hecho ni del recuerdo sino fascinados espectadores de un misterio, porque nada más mistérico que la pintura. Un misterio que habita en los 15 centímetros del cerebro que albergan memoria y visión en una medida horizontal.
Nacho Ruiz
Fuentes Fotografías y Textos 👉 Web T2
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