BARTOLI el superviviente

Josep Bartolí. 'The Guardian'. Photograph: PR
Si algo hizo el sr. Bartolí en la vida fue sobrevivir. Desde bien pequeño supo que las habichuelas tenía que ganárselas uno mismo y que esperar a que otro te solucionara los problemas no era una opción y él sin duda, era un hombre de acción.
Antes de los 17 años ya había sido boxeador y payaso y payaso boxeador o boxeador payaso, lo mejor de todo, es que no tenía vocación ni sabía hacer ninguna de las dos cosas, pero las hizo por la mayor de las razones: tenía hambre.
Después el ejército, la mili y ahí también supo buscarse la vida con triquiñuelas que lo llevaron de vuelta a los bajos fondos de Barcelona, de donde tal vez nunca salió, al menos en espíritu, porque Bartolí recorrió el mundo a caballos de la supervivencia.
La mili fue una oportunidad, aprendió rápido, ésta era otra de sus características, a quién y cómo tenía que acercarse. Para su licenciatura sólo le exigieron una única condición que participara en la inauguración  de la exposición universal de 1929 en Barcelona, y él fue, claro que fue, estaba deseando licenciarse. Él mismo relata en el libro 'Conversas amb Bartolí' de Jaume Canyameras, como en medio del desfile inaugural se le bajaron los pantalones y pensó que nunca se licenciaría, así era Josep Bartolí, genio y figura.
Tras su servicio en el ejército se inicia en lo que será su profesión para toda la vida, la ilustración. Los principios fueron difíciles, él ilustraba con un humor sarcástico muchas veces poco comprendido por los dueños de los periódicos y otras veces compartido, con sus más y sus menos sobrevivía en un mundo complicado y se iba haciendo un hueco, pero llegó la Guerra Civil y Bartolí de tendencia irónica perdió su lugar, de nuevo se anticipó, y pensó que era mejor irse antes de que le echaran. 

Dibujo de Josep Bartolí de su recopilartorio: 'Campos de concentración', publicado en México en 1943

Otra vez el Bartolí superviviente pasa a Francia y topa de frente con los nazis y de ahí a siete campos de concentración de los que fue escapando para ser de nuevo atrapado y volver a escapar, saltó del tren que le conducía a Dachau, tras un largo periplo llegó a México y allí descubrió el amor, pero de nuevo no era fácil se trataba de Frida Kahlo, lo que sí fue correspondido. Frida lo quería y aunque tuvo muchos amantes Josep fue especial, así queda de manifiesto en las cartas que le escribió y que ahora se subastan, él las guardó siempre consigo hasta el día de su muerte en 1995 con 85 años, su familia las encontró dos años después en un baúl junto a otros objetos personales que Josep guardaba de la artista.

Las cartas. Foto cedida de la casa de subastas Doyle New York

Mara y Sonja eran los nombres en clave, para que Rivera no sospechara nada, en esas cartas que se escribieron entre 1946 y 1949.  En ellas, Frida no habla sólo de amor, habla de su arte, de su dolor físico y de su dolor en el alma, de cuando un cuadro se le resiste, incluso fantasea con un posible hijo. Es Frida enamorada, sin obstáculos, sólo la mujer, la artista, en un ejercicio muchas veces catártico y en otras dejando entrever los efectos de la morfina. Un trocito de vida que a falta de poder convertirse en realidad, se plasmó en esa correspondencia como un cuento, como las historias fantásticas y maravillosas que ella dibujaba en sus cuadros.
Josep Bartolí llegó a Nueva York, vio y venció, se convirtió en un ilustrador reputado, se relacionó con todo el espectro de artistas del momento, Rotchko, Pollock, de Kooning, recibió premios por su trabajo, diseñó escenarios para Hollywood, sin duda triunfó.

Frida Kahlo

En 1949, en su última carta, Frida escribió: 'Sé que me llevarás algún día contigo...soy aún tu Mara, tu novia. Tu amor es el árbol de mi esperanza...Te esperaré siempre. Cuándo volverás en Marzo o en Abril? 

Frida Kahlo. 'Árbol de la esperanza'. 1946
Josep Bartolí nunca volvió, cinco años después Frida moría, nunca más volvieron a estar juntos, pero el siempre la llevó consigo en esas cartas que guardó tan celosamente. Al final la convirtió en la Bella Durmiente del cuento que los dos durante tanto tiempo habían imaginado. Él nunca llegó para el beso.

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