El verano pasado visité Orio, un pequeño pueblo Guipuzcoano
que forma parte de la ruta de Santiago, y cuando digo pequeño, es realmente
pequeño. Un pueblo de pescadores con dos calles céntricas y un par más con
bloques de pisos. En Orio el ayuntamiento ha comprado muchas de las casas del
casco antiguo, las ha reformado, catalogado y luego las ha puesto a la venta
para sus conciudadanos y ha colocado una placa, nada ostentosa, donde se
explica la historia de la casa y que invita a realizar un mini recorrido
cultural por ese par de calles que componen el pueblo. Un lujo.
Palma posee el mayor casco antiguo conservado de
Europa, el único castillo medieval circular que queda en el mundo en un estado admirable y uno de los
mejores edificios civiles conservados de época medieval, la Lonja, por no hablar de la Catedral, los baños
árabes, los magníficos patios del siglo XVIII, una de las redes más amplias de
iglesias barrocas, y un par de museos que algunas ciudades más grandes ya querrían
para ellas.
¿Cuál es el problema? Palma está abierta a una
amplia y hermosa bahía con unas playas de ciudad que ondean bandera azul
durante todo el verano, toda la cultura, de la que he hablado y mucha más, está
en la parte de atrás, por tanto invisible a los ojos de cualquier turista de
los que interesan, de los que no dejan un duro y si se les ocurre pasar la infranqueable
frontera que supone el cinturón automovilístico del Marítimo, lo hace
manteniendo el mismo look con el que se mueve en la playa. Sin ningún tipo de
respeto hacia nuestras valiosas posesiones culturales, ni hacia los habitantes
de la ciudad, que soportamos con rigor y la máxima dignidad que se nos permite,
la convivencia durante un par de meses, en los que Palma se convierte en “DisneyPalma”
y nosotros, todos, en auxiliadores de esas pobres víctimas de una propaganda en
la cual no se incluye lo que nos hace únicos.
No son pocas las ocasiones en las que paseando por
el centro oigo a algún descamisado exclamar algún Oh!!!!, maravillado y
sorprendido por lo inesperado del hallazgo.
Por suerte empiezo a atisbar algunos “brotes
verdes”. Últimamente se ha iniciado una pequeña campaña por parte de algunas
tiendas y lugares públicos de interés, donde se prohíbe entrar sin camiseta,
comiendo o vestido inadecuadamente, además comienzan a crecer los “urban hotels”
enfocados a un turismo mucho más propenso a los eflujos culturales y sobre todo,
y lo más importante, para todo el año.
Tenemos el clima, tenemos el potencial cultural,
qué es lo que falla. Tal vez que ciertos grupos sociales quieren seguir
exprimiendo el limón que supone el negocio de sol y playa…no lo sé, lo que
tengo claro es que crisis proviene del griego y significa cambio, y a lo mejor
esa palabra sería la solución.
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